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16 jul 2009

La "tinellización" del humor político


Plantear la reaparición de Gran Cuñado como la "vuelta del humor político a la televisión", como lo dijo Marcelo Tinelli, es un blooper, o una "joda para VideoMatch", ya que andamos desempolvando recuerdos. Más bien, deberíamos hablar del retorno de la "tinellización" política o, al menos, de su humor. Con un logrado maquillaje e interpretaciones basadas en gestos y muletillas, la troupe actoral de ShowMatch construye buenas sátiras, pero están muy lejos del gran objetivo del humor político, que es motivar en el espectador la reflexión crítica sobre la realidad que lo afecta. Todo lo contrario: por formato (el segmento se da en el marco de un reality show ficticio), talento y estilo (Tinelli no es ni aspira ser un Tato Bores), Gran Cuñado contribuye a licuar el pensamiento del televidente al "superficializar" la imagen de los dirigentes. Los presenta como un grupo de personajes risueños e inofensivos con los que hasta podemos llegar a encariñarnos (incluso con aquellos más nefastos). En este marco, el temor de ciertos sectores del oficialismo y de la oposición a que la ridiculización de sus figuras impacte en la población (el recordado "efecto De la Rúa") es totalmente exagerado. Aquel fatídico encuentro televisivo entre el entonces presidente y su lograda mimesis, a cargo de Freddy Villareal, estuvo lejos de provocar la debacle y caída del gobierno de la Alianza (como el ex mandatario alguna vez deliró). En todo caso, fue la habilidad del mismo Fernando de la Rúa de superar a su caricatura lo que terminó de desgastar su persona y autoridad ante el público. Sin embargo, esa imitación sí es en gran parte responsable de que hoy recordemos a "Chupete" no como el culpable de uno de los períodos más funestos de nuestra historia reciente, sino simplemente como un "dormido", un "pusilánime" o un "pobre tonto". Tanto en el humor como en la política, la "tinellización" dispersa, no profundiza. Aliviana las cuestiones de fondo y a sus hacedores. Sí, ShowMatch puede ser un reflector con el que algunos políticos pueden quemarse, pero también ofrece la plataforma para llegar todas las semanas a millones de próximos electores con una horizontalidad similar a la única propuesta (y preocupación) de la clase dirigente actual: mostrar una imagen simpática, no importa si es original o duplicado, tanto como no interesa si en junio se vota por quién realmente va a asumir. Así, con o sin esa "intencionalidad" a la que Tinelli hizo referencia cuando presentó la nueva edición del ciclo, Gran Cuñado termina siendo un espectáculo funcional tanto a los intereses del programa y su medio como al escenario político "testimonial" de hoy: un show burlesco con un elenco de caretas que buscan distraernos para no revelar que, detrás, sus pocas ideas siguen patinando. Plantear la reaparición de Gran Cuñado como la "vuelta del humor político a la televisión", como lo dijo Marcelo Tinelli, es un blooper, o una "joda para VideoMatch", ya que andamos desempolvando recuerdos. Más bien, deberíamos hablar del retorno de la "tinellización" política o, al menos, de su humor. Con un logrado maquillaje e interpretaciones basadas en gestos y muletillas, la troupe actoral de ShowMatch construye buenas sátiras, pero están muy lejos del gran objetivo del humor político, que es motivar en el espectador la reflexión crítica sobre la realidad que lo afecta. Todo lo contrario: por formato (el segmento se da en el marco de un reality show ficticio), talento y estilo (Tinelli no es ni aspira ser un Tato Bores), Gran Cuñado contribuye a licuar el pensamiento del televidente al "superficializar" la imagen de los dirigentes. Los presenta como un grupo de personajes risueños e inofensivos con los que hasta podemos llegar a encariñarnos (incluso con aquellos más nefastos). En este marco, el temor de ciertos sectores del oficialismo y de la oposición a que la ridiculización de sus figuras impacte en la población (el recordado "efecto De la Rúa") es totalmente exagerado. Aquel fatídico encuentro televisivo entre el entonces presidente y su lograda mimesis, a cargo de Freddy Villareal, estuvo lejos de provocar la debacle y caída del gobierno de la Alianza (como el ex mandatario alguna vez deliró). En todo caso, fue la habilidad del mismo Fernando de la Rúa de superar a su caricatura lo que terminó de desgastar su persona y autoridad ante el público. Sin embargo, esa imitación sí es en gran parte responsable de que hoy recordemos a "Chupete" no como el culpable de uno de los períodos más funestos de nuestra historia reciente, sino simplemente como un "dormido", un "pusilánime" o un "pobre tonto". Tanto en el humor como en la política, la "tinellización" dispersa, no profundiza. Aliviana las cuestiones de fondo y a sus hacedores. Sí, ShowMatch puede ser un reflector con el que algunos políticos pueden quemarse, pero también ofrece la plataforma para llegar todas las semanas a millones de próximos electores con una horizontalidad similar a la única propuesta (y preocupación) de la clase dirigente actual: mostrar una imagen simpática, no importa si es original o duplicado, tanto como no interesa si en junio se vota por quién realmente va a asumir. Así, con o sin esa "intencionalidad" a la que Tinelli hizo referencia cuando presentó la nueva edición del ciclo, Gran Cuñado termina siendo un espectáculo funcional tanto a los intereses del programa y su medio como al escenario político "testimonial" de hoy: un show burlesco con un elenco de caretas que buscan distraernos para no revelar que, detrás, sus pocas ideas siguen patinando.

1 comentario:

DANI dijo...

TINELLI PUTOOOOOOOOOOO